Una taxista en la CAM

EL PROCESO de depuración de las cajas de ahorros españolas ha llegado a los taxistas. Ayer declaró una en la comisión de investigación de la CAM. Fue elegida por sorteo durante su viaje de novios por parte de los impositores, dijo. Hay que casarse en Valencia; la última gallega a la que mandamos de viaje de novios fue encerrada en un calabozo por llevar un detonador en la maleta y acabó, en un proceso destructivo imparable, desnuda en Interviú. Uno se casa con una taxista y termina de acompañante por medio mundo en unas reuniones muy serias del consejo de administración de la CAM. La mujer declaró que siempre estaba dispuesta a ayudar, a aprender cosas. Que a ver si por ser taxista no tiene derecho a aspirar a algo más. Que lo último sería que le echasen a ella la culpa de la ruina de las cajas. Pero un poco de responsabilidad sí tiene, porque como taxista bien pudo haber puesto un poco de cordura en esa casa de locos que llegó a presidir una señora que se puso al llegar 600.000 euros, maquilló los balances, fue despedida, demandó a la institución pidiendo 10 millones, perdió el juicio y se fue al Inem a cobrar 1.400 euros al mes pleiteando por una pensión vitalicia de 370.000 euros asignada por ella misma cuando la caja iba derecha a la quiebra. Esto como punta del iceberg de los desmanes de nuestro Siglo de Oro financiero es natural que no lo hayan detectado los economistas de la caja -de haberlos, porque a lo mejor era un consejo elegido por sorteo puro-, pero de una taxista se exige un estado salvaje como el de los buenos cronistas, que deben salir de casa con la mirada nueva. Sólo con haber preguntado en Chicago, París o Canadá «qué hacemos aquí» ya hubiera derrumbado la mitad de la mentira. Y con haber preguntado en el consejo de Valencia «qué hago yo aquí», habría acabado con la otra mitad.